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VIAJE A LA CIUDAD DE RONDA

VIAJE A LA CIUDAD DE RONDA

Hubo que madrugar y, tras una parada en el camino para tomar fuerzas, llegamos a la ciudad de Ronda sobre las 10:30 donde nos esperaba la guía contratada por la Asociación. El día pintaba bien, lucía un sol brillante y no corría aire, por lo que algunos, con buen criterio, dejaron las prendas de abrigo en el autobús.

La visita guiada comenzó por el Convento de la Merced, donde se conservan restos de Santa Teresa de Jesús, para continuar con  un paseo junto a árboles bicentenarios y esculturas de figuras relacionadas con el mundo taurino en los jardines de la Alameda del Tajo hasta llegar a su famoso mirador, del que la guía eludió decir su nombre, situado al mismo borde del abismo, desde donde contemplamos magníficas vistas panorámicas de la Serranía de Ronda. De aquí continuamos por  el angosto pasaje de Orson Welles hasta llegar a la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería, emblema  de la ciudad y una de las más antiguas y bellas de España, donde se continúan celebrando festejos taurinos, en especial, la conocida corrida goyesca, donde el entorno y la vestimenta nos trasladan a otra época. De aquí, caminamos por el Paseo de Blas Infante, de mirador en mirador hasta el Parador Nacional de Turismo, para admirar, desde el mirador de Aldehuela, el Puente Nuevo sobre el río Guadalevín y tomar la foto de grupo que se acompaña. Posteriormente cruzamos el Puente Nuevo, símbolo y alma de la ciudad donde se cuenta que fue encerrado el famoso bandolero José María el Tempranillo, para dirigirnos al mirador situado en la otra margen del río, delante del Palacio de Congresos, y apreciar otra vista de la monumental obra de tres ojos y 98 metros de altura; desde este punto también se puede ver, aguas arriba, el Palacio del Rey Moro y el Puente Viejo, situado en una zona más baja y accesible, con una altura de 31 metros sobre el río. Continuando hacia la calle Tenorio, pasamos por pequeñas tiendas de artesanía bajo soportales de arcos de piedra, en dirección a la Casa de San Juan Bosco, otra de las joyas de la arquitectura  rondeña, hasta llegar a la plaza de María Auxiliadora, aquí pudimos ver dos ejemplares de pinsapo, árbol elegante de otros tiempos, y desde su mirador, descubrimos hermosas vistas de la sierra y un camino de bajada que lleva a la Puerta de los Molinos, desde donde se accede a los restos de los antiguos molinos próximos al cauce del pequeño río que creó ese profundo Tajo. Pasamos por el Palacio de Mondragón, residencia del último gobernador musulmán, hoy Museo Municipal, hasta llegar a la Plaza de la Duquesa de Parcent, antiguo centro de la ciudad, donde pudimos contemplar los Conventos de Santa Isabel y de La Caridad, así como el Ayuntamiento, antiguo cuartel de milicias, y la Iglesia de Santa María la Mayor, erigida, tras la conquista de la ciudad por los cristianos, sobre una antigua mezquita. Junto a la Iglesia se encuentra la antigua vivienda de un conocido bandolero apodado “El Tragabuche”. Posteriormente, continuamos por la calle del  Beato Diego José de Cádiz hasta la Iglesia de la Virgen de la Paz, patrona de la ciudad, en cuyo interior admiramos la combinación de diversos estilos presentes en este templo. Por la misma calle desembocamos en la Plaza de la Casa del Gigante, antiguo palacio árabe, situado al lado del Museo del Vino. De vuelta al Puente Nuevo, la visita finalizó en la Plaza de España para dirigirnos a la zona comercial y bulliciosa de la ciudad, la Calle Espinel y aledaños, con tiempo libre para el almuerzo y las compras.

Sobre las 17:00 horas tomamos el autobús de vuelta a casa; después de una parada, un grupo de paisanos amenizaron el viaje con villancicos tradicionales.

Aunque  el trayecto de viaje fue largo y las horas de luz solar pocas, aprovechamos bien el tiempo y nos quedamos con el grato recuerdo de una ciudad romántica, cuna del toreo moderno, de bandoleros y leyendas que sin duda nos  harán volver, no en vano es la cuarta ciudad más visitada de Andalucía. Por cierto, la guía, excelente, aunque la visita duró casi tres horas, consiguió  mantenernos interesados en sus explicaciones.

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